Capítulo 1: Noche de Estrellas Fugaces

El cielo nocturno se extendía sobre Leo como un oscuro manto salpicado de estrellas titilantes. Cada una parpadeaba como si estuviera enviando un mensaje secreto solo para él. Recostado sobre el césped fresco de su jardín trasero, el niño permitía que su imaginación volara más allá de las nubes, más allá incluso de las estrellas más lejanas.

Esa noche, el aire estaba impregnado de una dulce fragancia de jazmines y una brisa suave acariciaba su rostro. Leo se encontraba maravillado con la lluvia de meteoros que había sido anunciada en el noticiero esa tarde; su corazón latía con la excitación de un explorador en la víspera de un gran descubrimiento.

De repente, un destello más brillante que los demás capturó su atención. Era una estrella fugaz que parecía más grande y más cercana con cada segundo que pasaba. Leo se sentó, con los ojos abiertos como platos, siguiendo su trayectoria.

La estrella fugaz descendía hacia la Tierra, dejando tras de sí un rastro de chispas celestiales. Leo se preguntaba dónde aterrizaría. ¿En un bosque lejano? ¿En la cima de una montaña inalcanzable? No, estaba cayendo sorprendentemente cerca… en el bosque que bordeaba su hogar.

Sin pensarlo dos veces, Leo se levantó y corrió hacia el interior de su casa. Pasó de puntillas por la sala de estar, donde sus padres dormían plácidamente frente al televisor, aún encendido. Tomó una linterna y su chaqueta antes de deslizarse por la puerta trasera.

El corazón de Leo latía con fuerza en su pecho mientras sus pasos lo guiaban hacia el bosque. Sabía que no debía salir solo por la noche, pero la curiosidad era un impulso demasiado fuerte para resistir. Además, ¿qué daño podría hacer una pequeña aventura?

El bosque lo recibió con sonidos nocturnos: el crujir de las hojas bajo sus pies, el canto de los grillos, el murmullo de los árboles. La linterna iluminaba un camino incierto entre las sombras danzantes. Leo sentía un cosquilleo de miedo, pero la emoción de la aventura era mucho más potente.

Siguió adelante, sus pequeñas manos aferradas a la linterna como un talismán. Las ramas bajas rozaban su cabello mientras se abría paso entre la maleza. Cada ruido le hacía aguzar el oído, cada sombra le hacía acelerar el paso.

Entonces, el bosque se abrió a un claro donde la luz de la luna bañaba suavemente el suelo. Y allí, en el centro del claro, yacía la estrella. No era un meteorito frío e inerte, sino una esfera brillante que pulsaba con una luz suave y cálida.

Leo se aproximó cautelosamente, su curiosidad superando cualquier vestigio de miedo. La estrella parecía estar viva, respirando y temblando con una luz que se expandía y contraía. ¿Cómo podía ser eso posible?

«¿Quién eres tú?» preguntó una voz dulce y melódica. Leo se sobresaltó, buscando alrededor la fuente del sonido. Sus ojos se posaron en la estrella, y se dio cuenta de que la luz venía acompañada de una presencia.

«I-Io… Leo,» tartamudeó, preguntándose si estaba soñando. La estrella parecía mirarlo con lo que él percibía como curiosidad y una chispa de alegría. «Mi nombre es Estela,» respondió la luz, «y creo que estoy muy lejos de casa.»

Leo se arrodilló junto a Estela, su mente llenándose de preguntas. ¿Cómo podría una estrella hablar? ¿Y cómo había caído del cielo? Pero más importante aún, ¿cómo podría ayudarla a volver?

La noche ya no era silenciosa, el bosque ya no era solitario, y la aventura de Leo acababa de comenzar. Con el corazón henchido de emoción y una nueva amistad forjándose en el claro lunar, el primer capítulo de su extraordinaria aventura se cerraba, prometiendo ser solo el comienzo de algo verdaderamente mágico.

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